Crónicas del terror cotidiano:
Había una vez un dueño de una propiedad que adquirió y alquiló un apartamento en Barcelona. Hace cuatro años, obtuvo una hipoteca de tasa variable, pero con el aumento de las tasas de interés, la cuota mensual pasó de 700€ a 1.300€.
El apartamento generaba un alquiler de 500€ al mes, el cual no podía aumentar. Hace un año, ese alquiler casi cubría la hipoteca, pero hoy en día solo representa un tercio de los costos de la deuda.
Bueno, a principios de año, el propietario decidió vender la propiedad porque no quería seguir endeudado a ese costo. Le notificó al inquilino con suficiente antelación que al finalizar su contrato en octubre de 2023, no podría renovarlo debido a la venta del inmueble. Además, le ofreció la oportunidad de comprarlo.
La valoración del inmueble se acercaba a los 180.000€.
Sin embargo, el inquilino, un jubilado, no mostró interés y, al llegar octubre, dejó de pagar el alquiler y se negó a abandonar el apartamento. El propietario intentó persuadirlo de todas las maneras posibles, incluso ofreciéndole cubrir los costos de mudanza y la entrada del nuevo alquiler, pero nada funcionó.
El propietario tuvo que presentar una demanda contra el inquilino por impago y finalización del contrato, lo que implicó costos iniciales del proceso por valor de 2.400€. El abogado estimó que, en el mejor de los casos, recuperaría su propiedad en 6 meses y, en el peor, en un año y medio.
El proceso judicial hizo que la venta del apartamento fuera aún más difícil, ya que tenía un inquilino en medio de un litigio.
El propietario intentó vender la propiedad a inversores con un descuento, llegando a ofrecerla por menos de 150.000€, casi un 30% por debajo del costo inicial (la deuda hipotecaria ascendía a 140.000€).
En resumen, si el propietario logra vender su apartamento en el próximo año, como máximo podrá pagar la deuda hipotecaria de una propiedad en la que nunca ha vivido, lo que resultaría en una rentabilidad nula o, mejor dicho, un retorno de inversión negativo, considerando los gastos y costos judiciales, sin mencionar la gestión y el tiempo perdido.
Por otro lado, si un inversor adquiere el apartamento, digamos por 140.000€, y espera hasta que el inquilino sea desalojado después de un año, podría obtener una rentabilidad inmediata de más del 20% sobre el precio de compra, incluso suponiendo una disminución del 5% en los precios.
Y así llegamos al acto final. El propietario anunció su apartamento en diversos portales y trató de encontrar un inversor por su cuenta, pero, a pesar de etiquetarlo como una “oportunidad de inversión – Piso con inquilino en Nou Barris,” no recibió ninguna solicitud.
Esta es una historia real. Si hay algún inversor interesado en la sala, que se comunique con nosotros.
Existen innumerables historias similares protagonizadas por particulares que venden sus propiedades sin la ayuda de un profesional.
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